Buscando mi paraíso perdido...
[Recuerdos del año anterior...]
Hacía dos días que había
llegado a Bahía Azul, así que decidí buscar un trabajo a tiempo parcial para
poder tener un poco de dinero, ya que me quería comprar un vestido que había
visto en el escaparate de una tienda. Empecé a trabajar por las mañanas de
camarera en un chiringuito en la playa, y entre el calor que hacía y el estar
llevando bebidas de un lado para otro toda la mañana, por la tarde no tenía
fuerzas para nada y cada vez que iba a la playa con Isi, Leo y Eli, me tumbaba
en la toalla y me quedaba dormida. Cuando ahorré suficiente dinero, fui a la tienda
a comprarme el vestido, pero me dijeron que lo habían comprado hacía un rato.
Llegué al trabajo chafada y de mal humor, y mientras trabajaba se me fue
pasando el enfado, más bien me sentí triste ya que había trabajado mucho para
poder comprar ese vestido. Cuando quedaban unos diez minutos para que se
acabase mi turno, se sentaron en una
mesa del chiringuito dos chicos muy guapos, uno rubio y el otro moreno, que se
parecían mucho, y pensé que serían hermanos. El chico rubio iba sin camiseta, y
me fijé que tenía un cuerpo que haría que cualquier chica cayera a sus pies,
pero a mí no me hizo ningún efecto- bueno, tal vez un poco-. Les
anoté el pedido sin dejar de mirar sus abdominales perfectamente marcados, sus
brazos torneados, su piel perfectamente bronceada por el sol…-bueno, tal vez se me cayera un poco la baba, pero creo que no se dieron cuenta-. Cuando les llevaba
sus bebidas, de repente tropecé por culpa de una bola de grasa vieja -dígase un
señor mayor- que puso su bolsa en el suelo justo en el sitio donde yo tenía que
pasar, y por esas malditas casualidades de la vida, las bebidas se me cayeron,
pero no al suelo, sino encima de mí, y acabé empapada y en el suelo. Dios mío, ¡qué vergüenza! Los dos chicos se me habían quedado mirando, y lo único que
podía pensar en ese momento era: Tierra, por favor, ¡¡¡trágame!!!
En ese momento me entraron
ganas de llorar: estaba de rodillas en el suelo y me dolía todo, además de
estar empapada de cerveza y zumo de mango, y los dos chicos me miraban
sorprendidos. Entonces el chico rubio se acercó a mí y me dio la mano para
ayudarme. Yo me levanté, muerta de vergüenza, y le di las gracias. Entonces el
chico dijo:
-Oh, pobrecilla, estás
empapada. Espera, ¡ya sé! Ven conmigo un momento.
Cogió una bolsa que tenía sobre
la silla, y me llevó cogida de la mano hasta esas cabañas de la playa que
sirven para cambiarse. Yo no me di cuenta hasta que se paró delante de una, y
pensé:
-¡Dios mío! ¿Qué querrá hacer?
Si hubiera estado en
condiciones normales, me habría soltado de su mano y habría escapado corriendo,
pero ese chico me había hechizado con sus ojos azules y su pelo rubio que le
brillaba bajo el sol. Él me dio la bolsa y dijo:
-Ten, es un vestido que había
comprado para mi prima segunda, pero quédatelo, tú lo necesitas más que ella.
Yo estaba alucinando, ¿cómo
podía ser tan amable? Entré en el vestidor y abrí la bolsa, y, ¿adivináis lo que
había dentro? El vestido que tanto había deseado comprarme, que me dijeron en
la tienda que se había agotado esa misma mañana. Me lo puse, y ¡me quedaba
perfecto! Salí de la cabaña y él me miró y se sonrojó. Me dijo:
-Estás preciosa.
Yo también me sonrojé, y le di
las gracias otra vez.
-De nada- me respondió- Por
cierto, me llamo Hugo, ¿y tú?
-Me llamo Helena, pero prefiero
que me llamen Lena- le contesté, y él me sonrió. Después me acompañó hasta el
bar, donde me presentó al chico de su lado, que al parecer era su hermano
mayor, y se llamaba Diego. Antes de despedirnos, Hugo me dio su móvil y yo le
di el mío. A partir de entonces nos llamábamos con frecuencia, y quedábamos
mucho para ir a la playa, y poco a poco nos fuimos enamoramorando. Cuando quedaba sólo una
semana de vacaciones, Hugo me pidió salir y yo acepté encantada, y durante el
invierno hablábamos por chat y él me llamaba casi cada tarde, y nos quedábamos
hablando hasta las 4 o las 5 de la madrugada. Yo estaba realmente enamorada de
él, y esperaba su llamada durante todo el día. Meses después, cuando dejó de llamarme, me
preocupé bastante, y pensé que su móvil estaría roto, pero seguí queriéndole y teniendo esperanzas de verlo pronto. La verdad, nunca me hubiese imaginado que él estaba muerto, y cada vez que lo pienso, aún me cuesta creerlo, y espero que todo esto sólo sea una pesadilla de la que pronto pueda despertar.
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